Índice de El individuo contra el Estado de Herbert SpencerPrefacio de Herbert SpencerLa esclavitud futuraBiblioteca Virtual Antorcha

EL NUEVO CONSERVADURISMO

La mayor parte de los que ahora se consideran como liberales son conservadores de un nuevo tipo. He aquí una paradoja que me propongo justificar. Para ello debo mostrar, en principio, lo que fueron los dos partidos políticos en su origen; y debo pedir al lector que me soporte mientras le recuerd? hechos con los que está familiarizado, pues así fijaré en él la naturaleza intrínseca del conservadurismo y del liberalismo propiamente dichos.

Volviendo a un período más antiguo que sus nombres, al principio, los dos partidos políticos representaban dos tipos opuestos de organización social, susceptibles de ser distinguidos, en términos generales, como el militar y el industrial. Se caracterizan, el uno por el régimen de Estado, casi universal en los tiempos antiguos, y el otro por el régimen de contrato, que ha llegado a ser general en la actualidad, principalmente entre las naciones occidentales, y en especial entre nosotros y los americanos. Si en lugar de usar la palabra cooperación en un sentido limitado la usamos en uno más amplio, como significando las actividades combinadas de ciudadanos bajo cualquier sistema de regulación, entonces estos dos podrán definirse como el sistema de la cooperación obligatoria y el sistema de la cooperación voluntaria. La estructura típica del uno la vemos en un ejército formado por hombres reclutados, donde las unidades, en sus diversos grados, tienen que obedecer órdenes bajo pena de muerte, y reciben alimento, vestido y paga, distribuidos arbitrariamente; mientras que la estructura típica del otro la observamos en un cuerpo de productores o distribuidores, quienes acuerdan recibir una recompensa especificada en devolución por servicios especificados, y pueden, a voluntad, previo aviso, abandonar la organización si no les agrada.

Durante la evolución social en Inglaterra, la distinción entre estas dos formas de cooperación, fundamentalmente opuestas, hizo su aparición de un modo gradual; pero mucho tiempo antes de que los nombres conservadores y liberales llegaran a usarse, se pudo seguir la huella de los partidos y se mostraron vagamente sus conexiones respectivas con el militarismo y el industrialismo. Es familiar la verdad que, tanto aquí como en otras partes, fue en las ciudades populosas formadas de trabajadores y comerciantes acostumbrados a cooperar bajo el régimen de contrato, donde se hicieron resistencias a aquella reglamentación coercitiva que caracteriza la cooperación bajo el Estado. Mientras, inversamente, la cooperación bajo el Estado, debiendo su origen y ajustindose a una guerra crónica, siguió sufriéndose en los distritos rurales poblados en principio por jefes militares y sus subordinados, donde continuaban las ideas y tradiciones primitivas. No obstante, este contraste mostrado en las tendencias políticas antes de que los principios liberales y conservadores llegaran a distinguirse claramente, continuaron mostrándose después. En el período de la revolución, mientras las villas y los más pequeños pueblos fueron monopolizados por los conservadores, las grandes ciudades, los distritos manufactureros y los puertos comerciales constituían el baluarte de los liberales. Y que, a despecho de ciertas excepciones, existe el mismo estado de cosas, no necesita ser probado.

Tales eran las naturalezas de los dos partidos que les imponía su origen. Observamos ahora cómo estas naturalezas les fueron impuestas por sus hechos y doctrinas primitivas. El liberalismo empezó con la resistencia opuesta a Carlos II y su camarilla, en sus esfuerzos por restablecer un poder monárquico sin restricciones. Los liberales consideraban la monarquía como una institución civil establecida por la nación para beneficio de todos sus miembros, mientras que para los conservadores el monarca era el delegado del cielo. Estas doctrinas envolvían la creencia, para la una, de que la sujeción de los ciudadanos al gobernante era condicional y, para la otra, de que era incondicional.

Describiendo a los liberales y conservadores, tales como se los concebía a finales del siglo diecisiete, cincuenta años antes de que escribiera su >Disertación sobre los partidos, Bolingbroke, dice:

El poder y la soberanía del pueblo, un contrato original, la autoridad e independencia del Parlamento, libertad, resistencia, exclusión, deposición, abdicación, éstas eran ideas que se asociaban en aquel tiempo al concepto de liberal, y se suponían por cada liberal que eran inconciliables e incompatibles con el concepto de conservador.

Derecho divino, hereditario, inconmutable, sucesión lineal, obediencia pasiva, prerrogativa, no resistencia, esclavitud, voto negativo y, en ocasiones, también papismo, se asociaban por muchos al concepto de conservador y se suponían incompatibles igualmente con la idea de liberal. Disertación sobre los partidos, página 5.

Si comparamos estas descripciones, vemos que en un partido existía el deseo de resistir y disminuir el poder coercitivo del gobernante sobre el gobernado, y en el otro de mantener y aumentar este poder. Esta distinción en sus intentos -distinción que trasciende en significación e importancia a todas las demás distinciones políticas- se manifestó en las primeras empresas. Los principios liberales se ejemplificaron en el Acta del Habeas Corpus, y en la medida por la que los jueces fueron declarados independientes de la Corona; en la derrota del Bill de No-resistencia, que proponía para los legisladores y funcionarios el juramento obligatorio de que no resistirían al rey por las armas, en ningún caso; y últimamente, en el Bill de Derechos dirigido a asegurar a los gobernados contra las agresiones monárquicas. Estas actas tenían la misma naturaleza intrínseca. El principio de la cooperación obligatoria en la vida social fue debilitado por ellas, y vigorizado el de la cooperación voluntaria. En un período posterior, la política del partido tuvo la misma tendencia general, y esto se manifiesta muy bien en una nota de Mr. Green sobre el poder liberal después de la muerte de la reina Ana:

Antes de transcurridos cincuenta años de su reinado, los ingleses habían olvidado que era posible perseguir a alguien por diferencias de religión, suprimir la libertad de prensa, cometer arbitrariedades con la administración de justicia o gobernar sin Parlamento. Compendio de historia, página 705.

Y ahora, pasando por alto el período de guerra que cierra el siglo último y empieza éste, durante el cual la extensión de la libertad individual previamente ganada se perdió y el movimiento retrógrado hacia el tipo propio del militarismo se manifestó en toda clase de medidas coercitivas, desde aquellas que se apoderaron por la fuerza de personas y propiedades de ciudadanos para necesidades de guerra hasta las que suprimieron las reuniones públicas e intentaron amordazar la prensa, recordemos los caracteres generales de los cambios efectuados por los liberales después que el restablecimiento de la paz permitió el resurgir del régimen industrial y volvió a su peculiar tipo de estructura. Merced a la creciente influencia de los liberales, se derogaron las leyes que prohibían las asociaciones entre artesanos, así como las que entorpecían su libertad de viajar. Hubo otra medida, de inspiración liberal, por la que se permitió a los disidentes profesar sus creencias sin sufrIr determinadas penas civiles; e igualmente otra disposición, dictada por los conservadores debido a la presión liberal, que capacitó a los católicos para profesar su religión sin menoscabo de su libertad. El área de la libertad se extendió por Actas que prohibían la trata de negros y su mantenimiento en esclavitud. Se abolió el monopolio de la compañía de las Indias Orientales y se abrió para todos el comercio con Oriente. Por el Bill de la Reforma y el Bill de la Reforma municipal disminuyó el número de Ios no representados, de forma que tanto en la nación como en el municipio la mayoría dejó de estar bajo el poder de la minoría. Los disidentes no fueron obligados por más tiempo a someterse al matrimonio eclesiástico, y se les permitió casarse civilmente. Llegó más tarde la disminución y supresión de restricciones para comprar mercancías extranjeras y para emplear barcos y marineros extranjeros. También, después, la eliminación de la censura de prensa que se había impuesto para impedir la difusión de las opiniones. Es evidente que todos estos cambios, fueran debidos o no a los mismos liberales, se hallaban en armonía con principios sostenidos y profesados por los liberales.

Pero, ¿por qué enumerar hechos tan bien conocidos por todos? Sencillamente, porque como indiqué al principio, parece necesario recordar lo que fue el liberalismo del pasado para que se comprenda su diferencia con el del presente. Sería inexcusable citar todas estas medidas con el propósito de indicar el carácter común a ellas, si no fuera porque hoy los hombres han olvidado este carácter común. No recuerdan que, de un modo u otro, todos estos cambios verdaderamente liberales disminuyen la cooperación obligatoria en la vida social y aumentan la cooperación voluntaria. Han olvidado que, de una forma u otra, disminuyen el alcance de la autoridad gubernamental y aumenta el área dentro de la que cada ciudadano puede actuar libremente. Han perdido de vista la verdad de que, en el pasado, el liberalismo representaba la libertad individual contra el Estado coercitivo.

Y ahora, surge esta pregunta: ¿Cómo es que los liberales han perdido de vista todo esto? ¿Cómo es que el liberalismo, aumentando cada día su poder, ha llegado a ser cada día más coercitivo en su legislación? ¿Cómo es que, ya directamente mediante sus propias mayorías o indirectamente por la ayuda dada en tales casos a las mayorías de sus adversarios, el liberalismo ha adoptado, de un modo creciente, la política de dirigir las acciones de los ciudadanos, y como consecuencia ha disminuído la esfera de sus libertades? ¿Cómo explicarnos esta difundida confusión de pensamientos que ha conducido, persiguiendo lo que parecía ser el bien público, a invertir el método mediante el cual en tiempos pasados se alcanzó este mismo bIen?

Incomprensible, como a primera vista parece este inconsciente cambio de política, veremos, empero, que ha surgido de un modo completamente natural. Dado el pensamiento sintético que prevalece corrientemente en cuestiones políticas y dadas las condiciones existentes, no podía esperarse otra cosa. Para aclarar esto son necesarias algunas explicaciones previas.

Desde las criaturas más bajas hasta las más altas, la inteligencia progresa por actos de diferenciación, y así se verifica entre los hombres desde el más ignorante hasta el más culto. Clasificar rectamente -es decir, colocar en el mismo grupo cosas que son esencialmente de la misma naturaleza, y en otros grupos cosas de naturaleza esencialmente diferente- es la condición fundamental para actuar con orden. Empezando con la visión rudimentaria, que nos avisa que algún cuerpo opaco está pasando cerca (como los ojos cerrados vueltos hacia la ventana, al percibir la sombra causada por una mano puesta ante ellos, nos dan noticia de algo que se mueve ante nosotros) se llega hasta la visión desarrollada que por la exacta apreciación de las formas, colores y movimientos idetifica objetos a gran distancia, como presas o enemigos, y hace posible perfeccionar la conducta para asegurar el alimento o escapar a la muerte. Esta progresiva percepción de diferencias y la mayor exactitud de las clasificaciones, constituye en uno de sus principales aspectos el desenvolvimiento de la inteligencia, y se observa también cuando pasamos de la visión puramente física a la relativamente compleja visión intelectual, mediante la cual cosas previamente agrupadas por ciertas semejanzas externas o por ciertas circunstancias intrínsecas, se agrupan más rigurosamente según su naturaleza o su estructura intrínseca. La visión intelectual no desarrollada discrimina tan mal y tan erróneamente en sus clasificaciones como la visión física no desarrollada. Citemos la clasificación primitiva de las plantas en árboles, arbustos y hierbas: el tamaño, es decir, la característica más significativa, constituía la base de la distinción. Esta clasificación agrupaba muchas plantas totalmente distintas y separaba otras que eran muy semejantes. Tomemos, mejor aún, la clasificación popular que ordena bajo el mismo nombre general los peces y los mariscos, que incluyen los crustáceos y los moluscos, y aún va más allá al considerar a los cetáceos como peces. En parte a causa de su semejanza en sus modos de vida como habitantes de las aguas, en parte a causa de alguna semejanza general en su sabor, seres que en su naturaleza esencial se hallan aún más separados que un pez lo está de un pájaro se ordenan en las mismas clase y sub clase.

Ahora bien: la verdad general así mostrada en ejemplos, se aplica a las más elevadas esferas de la visión intelectual que recae sobre cosas inaccesibles a los sentidos, como son las medidas y las instituciones políticas.

También aquí los resultados de una facultad intelectuaI inadecuada o de una cultura incompleta, o de ambas a la vez, conducen a clasificaciones y conclusiones erróneas. Indudablemente, la posibilidad de error es aquí mayor, puesto que las cosas con que el entendimiento se ocupa no adniiten examen de un modo tan fácil. No se puede tocar nl ver una institución política; sólo puede ser conocida por un esfuerzo de la imaginación creadora. No se puede aprehender mediante una percepción física una medida política: requiere, en no menor grado, un proceso de representación mental que reúna los elementos en el pensamiento y en la naturaleza esencial de la combinación concebida. Aqui, por lo tanto, más aún que en los casos mencionados, la visión intelectual defectuosa se manifiesta agrupando las cosas por caracteres externos o circunstancias extrínsecas. Que muchas instituciones son erróneamente clasificadas debido a esta causa, lo observamos en la opinión vulgar de que la República romana era una forma de gobierno popular. Si examinamos las ideas primitivas de los revolucionarios franceses que pretendían un estado ideal de libertad, hallamos que las formas y los actos políticos de los romanos fueron sus modelos; y aun ahora podría citarse a un historiador que pone como ejemplo la corrupción de la República romana para demostrarnos a qué extremos conduce el gobierno democrático. Sin embargo, la semejanza entre las instituciones de los romanos y las instituciones libres propiamente dichas fue menor que la que existe entre un tiburón y un puerco marino: semejanza de carácter puramente externo, acompañada de estructuras internas totalmente distintas. El gobierno romano era una pequeña oligarquía dentro de una oligarquía más extensa: los miembros de cada una eran autócratas arbitrarios. Una sociedad, en la que relativamente pocos hombres poseían el poder político, siendo libres en cierto modo y fueron mezquinos déspotas teniendo no sólo esclavos y subordinados sino aun niños en esclavitud semejante a como poseían el ganado, estuvo por su naturaleza intrínseca más cerca de un despotismo vulgar que de una sociedad de ciudadanos políticamente iguales.

Pasando ahora a nuestra cuestión, podemos comprender la clase de confusión en que ha caído el liberalismo, así como el origen de estas clasificaciones erróneas de medidas políticas que lo han extraviado, clasificaciones, como veremos, que obedecen a rasgos puramente externos en lugar de a su naturaleza intrínseca. Pues, ¿cuál era el fin de los cambios efectuados por los liberales en el pasado, tanto para el pueblo como para los que los realizaban? Era la abolición de las injusticias sufridas por el pueblo, o por parte de él; este rasgo común fue el que con más fuerza se arraigó en los espíritus. Se extinguieron males que directa o indirectamente habían actuado sobre grandes masas de ciudadanos, como causas de miseria y como obstáculo para la felicidad. Y como, para el criterio de muchos, un mal rectificado es equivalente a un bien conseguido, se llegaron a considerar estas medidas como beneficios positivos, de tal forma que el bienestar de la mayoría constituyó el objetivo de los hombres de Estado y de los electores liberales. De aquí la confusión. Siendo el intento externo común a las medidas liberales en sus primeros tiempos, la consecución del bien popular -consecución lograda en cada caso aboliendo alguna restricción- ha sucedido que el bien popular se ha llegado a buscar por los liberales, no como un fin indirecto resultante de la supresión de restricciones, sino como un fín que ha de lograrse dírectamente. Buscando ganarlo directamente han usado métodos íntrínsecamente opuestos a los que usaron en un principío.

Y ahora, habiendo visto ya cómo ha surgido esta inversíón del problema político -inversión parcíal, diría, pues las recientes Actas sobre enterramientos y los esfuerzos para elíminar todas las restantes desigualdades religiosas muestran una continuación de la polítíca oríginal en ciertas dírecciones- pasemos a contemplar la extensión con que se ha aplicado durante los tiempos actuales y la mayor extensión con que se aplicará en el futuro, si los sentimientos e ideas reinantes siguen predominando.

Antes de continuar será conveniente advertir que no intento condenar los motivos que sugirieron, una después de otra, estas restricciones y mandatos. Estos motivos fueron buenos en casi todos los casos. Debe admitirse que las restricciones impuestas por un Acta de 1870 acerca del empleo de mujeres y niños en las tintorerías de rojo turcas fueron, en intención, tan filantrópicas como las de Eduardo VI al prescribir el tiempo mínimo en que puede ser empleado un jornalero. Sin duda, el Acta de 1880 sobre el abastecimiento de semillas en Irlanda, que autorizó a los administradores municipales a comprar semilla para los labradores pobres y observar si la sembraban debidamente, fue movida por el deseo de bienestar público no inferior a la del Acta que en 1533 prescribe el número de ovejas que puede poseer un labrador; o a la de 1597, que ordena que sean reedificadas las granjas en estado ruinoso. Nadie discutirá que las varias medidas tomadas en estos últimos años para reducir la venta de bebidas alcohólicas la ha sido con vistas a la moral pública, así como lo fueron las medidas adoptadas en tiempos antiguos para evitar los peligros del lujo; por ejemplo, en el siglo XIV se restringieron las comidas y los vestidos. Todos comprenderán que los edictos publicados por Enrique VIII prohibiendo a las clases bajas jugar a los dados, naipes, bolos, etcétera, se inspiraron en el deseo del bienestar general en no menor grado que las Actas recientes sobre los juegos de envite. Más aún: no intento discutir aquí la sabiduría de estas ingerencias modernas que liberales y conservadores multiplican, como tampoco quiero discutir la sabiduría de las antiguas, a las que en tantos casos se parecen. No examinaremos ahora si las medidas últimamente adopt.adas para preservar las vidas de los marineros son más juiciosas o no lo son, que la radical medida escocesa, de mediados del siglo XV, que prohibía a los capitanes zarpar durante el invierno. Por el momento no discutiremos si hay más derecho en conceder poderes a los empleados de la policía sanitaria para buscar en determinados edificios alimentos en mal estado, que hubo, por una ley de Eduardo III, para que los posaderos de los puertos juraran que registrarían a sus huéspedes con el fin de evitar la exportación de dinero. Daremos por sentado que no existe menos sentido en aquella cláusula del Acta de los botes del Canal, que prohibe a un propietario subir a bordo a los hijos de los barqueros, que la que hubo en las Actas de Spitalfields, que hasta 1824 y para beneficio de los artesanos, prohibía a los manufactureros establecer sus fábricas a más de diez millas de la Bolsa Real.

Excluimos, pues; estas cuestiones de motivos filantrópicos y sabio juicio, dándolas ambas por concedidas; tenemos solamente que ocuparnos de la naturaleza coercitiva de estas medIdas que, sea para bIen o para mal, han sIdo puestas en vigor durante períodos de influencia liberal.

Para mostrar ejemplos recientes comenzaremos en 1860, durante la segunda administración de Lord Palmerston. En dicho año las restricciones del Acta de las fábricas se extendieron a las industrias del blanqueo y tinte; se concedió autorización para que se analizara el alimento y la bebida, y que estos gastos se pagaran aparte de los gastos locales; un Acta creaba los ínspectores del gas, a la vez que determinaba la calidad del gas y su precio limite; otra que, además de fijar la inspección de las minas, penaba emplear niños menores de doce años que no asistieran a la escuela y fueran analfabetos. En 1861, las restricciones impuestas por el Acta de las fábricas se extendieron a los trabajos de encaje; los tutores de ayuda a los pobres fueron autorizados para hacer obligatoria la vacuna; los ayuntamientos adquirieron la facultad de fijar el precio del alquiler de caballos, potros, mulos, asnos y barcas; se concedió derecho a ciertos comités locales de imponer un tributo con destino a los trabajos de avenamiento, rIego y dlstribución de aguas para el ganado. En 1862 se aceptó un Acta que restringía el empleo de mujeres y niños en trabajos de blanqueo al aire libre; otra, declarando ilegal la explotación de minas de carbón con un solo pozo o con pozos separados por menos de una distancia determinada; otra, otorgando al Consejo de Medicina el derecho exclusivo de publicar una Farmacopea, cuyo precio fijaría el Tesoro. En 1863 se extendió la vacunación obligatoria a Escocia e Írlallda. Se autorizó a ciertos ayuntamientos para solicitar empréstitos, pagaderos mediante las contribuciones locales; se autorizó a las autoridades locales para incautarse de terrenos abandonados para embellecimiento de la población e imponer tributos a los habitantes para su conservación; se promulgó el Acta de regulación de panaderías, que además de señalar la edad mínima de los empleados ocupados en determinadas horas, prescribía el blanqueo periódico, tres capas de color en la pintura, y limpieza con agua caliente y jabón una vez por lo menos cada seis meses; otra Acta concediendo a los magistrados autoridad para decidir acerca del buen o mal estado de los alimentos que los inspectores les presenten. Entre las leyes coercitivas que datan de 1864 puede citarse la extensión del Acta de Fábricas relativa a industrias adicionales, incluyendo disposiciones para limpieza y ventilación, y especificando que los empleados en trabajos de fósforo no podrán comer en los edificios, excepto en los talleres de cortar madera. Hubo también un Acta de deshollinamiento de chimeneas; otra, regulando la venta de cerveza en Irlanda; otra, disponiendo el ensayo obligatorio de cables y áncoras; otra, adicional al Acta de obras públicas de 1863, y el Acta de enfermedades contagiosas que facultó a la policía, en determinados lugares y con respecto a cierta clase de mujeres, para anular muchas garantías de libertad individual establecidas en tiempos. anteriores. El año 1865 se expidieron disposiciones para el alojamiento y asistencia de vagabundos a expensas de los contribuyentes; otra Acta cerrando tabernas; otra, haciendo obligatorias las disposiciones para extinguir los fuegos en Londres. Más adelante, durante el ministerio de Lord John Russell, en 1866, hemos de citar un Acta que dicta reglas acerca de los cobertizos para el ganado en Escocia y autoriza a las autoridades locales para inspeccionar las condiciones sanitarias y fijar el número de cabezas que ha de alojarse en ellos; otra, que obliga a los plantadores de lúpulo a colocar una etiqueta en los sacos con el año y el lugar de la recolección y su peso exacto, facultando a la policía para investigar su verdad; otra, que facilita la construcción de casas de alojamiento en Irlanda y regula el número de inquilinos, fiscalizando su limpieza; un Acta de bibliotecas públicas, por la cual una mayoría de personas puede cobrar a una minoría para la compra de libros.

Pasando ahora a la legislación promulgada en el primer ministerio de Mr. Gladstone, tenemos en 1869 el establecimiento del telégrafo del Estado y la prohibición de telegrafiar por medio de otras agencias; el haber facultado a un ministro para regular los transportes en Londres; nuevas disposiciones para prevenir enfermedades del ganado y su propagación; otra Acta de regulación de cervecerías; otra, para la protección de aves marinas (que asegurará una mayor mortalidad de peces). En 1870 una ley autorizando al Consejo de Obras Públicas para conceder anticipos a los propietarios para que mejoren sus fincas, y a los arrendatarios para que puedan adquirirlas; tenemos el Acta que capacita al Departamento de Educación para formar comités que se cuiden de adquirir solares para crear escuelas, y ayuden a las escuelas libres mediante impuestos locales, y también capacitando a los comités para costear los gastos de instrucción de niños, obligar a los padres a enviarlos a la escuela, etcétera; otra Acta de fábricas y talleres imponiendo nuevas restricciones relativas al empleo de mujeres y niños en trabajos de conservación de frutas y salazón de pescados. En 1871 encontramos un Acta sobre la marina mercante, rectificada, que ordena a los empleados de la Cámara de Comercio inscribir el calado de los buques antes de zarpar; existe otra Acta de fábricas y talleres aumentando las restricciones; un Acta de Pedlar infligiendo penas por ejercer la buhonería sin permIso y limitando el permIso dentro de un radio determinado, así como facultando a la policía para registrar los fardos de los buhoneros; más rnedidas para la vacunación obligatoria. En el año 1872 tenemos, entre otras Actas, una que prohibe a las nodrizas amamantar a más de un niño, como no sea en establecimientos autorizados y siguiendo las prescripciones legales con respecto al número de niños que pueden ser admitidos; un Acta de licencias prohibiendo .la venta de alcoholes a los menores de dieciséis años; otra Acta sobre barcos mercantes estableciendo un reconocimiento de los buques que conduzcan pasajeros. Entonces, en 1873, el Acta de niños ocupados en la agricultura, que penaba a los granjeros que empleaban niños carentes del certificado de educación elemental y de asistencia a la escuela; otra Acta sobre marIna mercante, exigiendo a cada barco una escala mostrando la indicación de su calado y facultando a la Cámara de Comercio para fijar el número de botes y salvavidas que deben llevar.

Volvamos ahora a las leyes liberales promulgadas durante el actual ministerio. Tenemos, en 1880, una ley que prohibe hacer anticipos a los marineros a cuenta de su sueldo; una ley que dicta ciertas medidas para el transporte seguro de los cargamentos de grano; otra, aumentando Ias atríbuciones de las autoridades locales sobre los padres para que envíen a sus hijos a la escuela. En 1881 se publicó un Acta regulando la pesca de ostras y la pesca con cebo, y otra hizo imposible la venta de cerveza el domingo, en Gales. En 1882, se autorizó a la Cámara de Comercio a conceder licencias relativas a la producción y venta de electricidad y se capacitó a los ayuntamientos para recaudar impuestos destinados al alumbrado público; se autorizaron nuevas exacciones de los contribuyentes para establecer más baños y lavaderos, y se invistió a las autoridades locales de la facultad de dictar leyes accesorias para asegurar un alojamiento decente a las personas empleadas en la recolección de frutas y legumbres. De la legislación de 1883 podemos citar el Acta relativa a los trenes económicos que, en parte por arrebatar a la nación cuatrocientas mil libras al año (por la supresión del impuesto sobre viajeros), en parte a costa de las empresas, permite a los trabajadores viajar más económicamente. La Cámara de Comercio, representada por los comisarios de ferrocarriles, está autorizada para procurar normales, buenas y rápidas condiciones de viaje. También existe un Acta que prohibe, bajo muIta de diez libras, pagar los jornales a los trabajadores en las tabernas; otra Acta de fábricas y talleres ordena la inspección de los trabajos de albayalde (examinar si existen trajes adecuados para colocárselos encima de la ropa diaria, tragaluces, baños, bebidas ácidas, etcétera), y otra de panaderías regulando las horas de trabajo en ambas y prescribiendo detalladamente observaciones sobre algunas construcciones que se han de conservar en esta última en estado satisfactorio, según exigirán los inspectores.

Pero estamos muy lejos de formarnos un concepto adecuado, si atendemos solamente a la legislación coercitiva que ha sido establecida en los últimos años. Debemos considerar también aquellas por las que se aboga y que amenazan ser más radicales y estrictas. Hemos tenido últimamente un ministro, de los que se llaman liberales más avanzados, que despreció los planes del último gobierno para mejorar las viviendas industriales considerándolos insuficientes, sosteniendo la necesidad de ejercer una coacción efectiva sobre los propietarios de casas pequeñas, propietarios rústicos y contribuyentes. Hay otro ministro que, dirigiéndose a sus electores, habla ligeramente de las actividades de las sociedades filantrópicas y de los comités religiosos de ayuda a los pobres y dice que el país en masa debería considerar este trabajo como obra suya; es decir, solicitar una medida gubernamental. También tenemos un miembro radical del Parlamento, que dirige una agrupación fuerte y extensa, que intenta, con probabilidades de éxito cada año mayores, imponer la sobriedad concediendo a las mayorías locales el derecho de impedir la libertad de cambio con respecto a ciertos productos. Es verosímil que la reglamentación de las horas de trabajo de ciertas clases, que hasta ahora se ha generalizado más y más por ampliaciones sucesivas de las Actas sobre fábricas, llegue a hacerse todavía más general. Se va a proponer una medida que acogerá a todos los empleados de almacenes en esta reglamentación. Existe una constante demanda para que la educación sea gratuita para todos. El pago de la retribución escolar se empieza a denunciar como un mal. El Estado debe hacerse cargo de todos los gastos. Muchas personas proponen que el Estado, considerado como un juez absolutamente competente en lo que constituye una buena educación para el pobre, emprenda la tarea de prescribir una buena educación para la clase media también, fijando en los niños de ésta la educación oficial de cuya bondad no tendrán más duda que la que tuvieron los chinos cuando establecieron la suya. Se reclaman con energía en los últimos años dotaciones de investigación. El Estado concede ya cuatro mil libras para este propósito, que deben ser distribuidas por la Royal Society; y en ausencia de los que poseen fuertes motivos para resistir la presión de los interesados, respaldados por los que fácilmente se dejan persuadir, puede establecerse pronto aquel valioso sacerdocio de la ciencia, preconizado hace largo tiempo por Sir David Brewster. Una vez más se hacen plausibles proposiciones de que debería organizarse un sistema de seguro obligatorio por el que los hombres, en su primera juventud, tendrían que economizar para cuando estuvieran incapacitados.

La enumeración de estas medidas coercitivas, que se nos muestran unas muy lejanas y otras muy cerca, no es completa. No hemos citado más que las que indican un aumento en la contribución general y local. En parte para sufragarl os gastos de promulgar estas medidas coercitivas, siempre crecientes, cada una de las cuales requiere un cuadro adicional de funcionarios, en parte para pagar el desembolso que ocasionan nuevas instituciones públicas, tales como escuelas, bibliotecas públicas, museos, baños, lavaderos, lugares de recreo, etcétera, los impuestos locales crecen año tras año, y las contribuciones generales aumentan debido a la protección que se dispensa a la educación y a los departamentos de ciencia, arte, etcétera. Cada uno de estos impuestos supone una nueva coacción, una limitación mayor de la libertad del ciudadano. Implica las siguientes palabras: Hasta ahora has sido libre para gastar esta parte de tu sueldo en lo que quisieras; de aquí en adelante, no serás libre para hacerlo sino que la gastaremos nosotros para beneficio general. De esta forma, ya directa o indirectamente, y en la mayoría de los casos a la vez, el ciudadano, dentro de esta legislación obligatoria, se ve privado de alguna libertad que antes tenía.

Tales son, pues, las acciones del partido que a sí mismo se llama liberal, como si fuese el abogado de una progresiva libertad.

No dudo que muchos miembros del partido liberal habrán leído las páginas precedentes con impaciencia, deseando indicarme una omisión que, según piensan, destruye la validez del argumento. Olvidas -dirían- la diferencia fundamental entre el poder que, en el pasado, estableció aquellas restricciones que ha abolido el liberalismo, y el poder que, en el presente, establece las restricciones que tú llamas antiliberales. Olvidas que aquél fue un poder irresponsable y que éste es responsable. Olvidas que si por la reciente legislación de los liberales se regula al pueblo, el cuerpo que lo regula es su propio creador y está autorizado por el pueblo para actuar .

Mi respuesta es que no he olvidado esta diferencia pero que estoy dispuesto a sostener que tal diferencia no afecta a nuestro problema.

En primer lugar, la verdadera cuestión reside en comprobar si las vidas de los ciudadanos se encuentran más limitadas que lo estuvieron antes, y no en examinar la naturaleza del agente interventor. Veamos un caso sencillo. Un miembro de las Trade Unions se ha unido a otros para formar una organización de carácter puramente representativo. Pero si la mayoría lo decide, tiene que declararse en huelga, y no puede aceptar trabajo en condiciones distintas a las que se le indiquen. Se ve imposibilitado de obtener de su mayor habilidad o energía un provecho que podría conseguir si fuera totalmente libre. No puede desobedecer sin abandonar los beneficios pecuniarios de la organización a la que pertenece, y se expondría a la persecución, y quizá a la violencia, de sus compañeros. ¿Estará él menos cohibido porque la organización que lo oprime está constituída de tal forma que su propia voz es igual que la de los demás?

En segundo lugar, si se objeta que la analogía es falsa porque el gobierno de una nación, como protector de la vida e intereses nacionales al cual deben todos someterse so pena de desorganización social, tiene una autoridad más alta sobre los cIudadanos que el gobIerno de una organización privada puede tener sobre sus miembros, entonces la réplica es que, concediendo la diferencia, la respuesta dada es válida. Si los hombres utilizan su libertad de tal modo que ésta desaparezca, ¿son ellos, por esto, menos esclavos? Si los pueblos, mediante un plebiscito, eligen un déspota, ¿permanecen libres porque el despotismo ha sido creación suya? ¿Son las medidas coercitivas dictadas por éste legitimas porque son las consecuencias ultimas de su voto? También podría argüirse que el indígena de Africa Oriental, al romper una lanza en presencia de otro y llegar a ser de este modo su esclavo, retiene así su libertad porque ha elegido libremente su dueño.

En fin, si algunos, no sin muestras de irritación, como debo suponer, repudian este razonamiento diciendo que no existe verdadero paralelismo entre la relación de pueblo a gobierno donde un dictador irresponsable ha sido elegido permanentemente, y la relación donde se mantiene un cuerpo representativo y reelegido de tiempo en tiempo, entonces surge una última réplica -una réplica enteramente heterodoxa- que asombrará a muchos. Esta respuesta es, que esta multitud de Actas restrictivas no pueden defenderse sobre la base de que proceden de un organismo elegido por el pueblo; la autoridad de un organismo tal no puede ser ilimitada, como tampoco puede serIo la de un monarca; y de igual forma que el verdadero liberalismo luchó en el pasado contra la suposición del poder absoluto de los reyes, así el verdadero liberalismo en la actualidad luchará contra la admisión de una ilimitada autoridad parlamentaria. No obstante, no Insistiré en esto, aunque lo dejo indicado como una última respuesta.

Mientras tanto, satisface observar que hasta recientemente el verdadero liberalismo se mostró en sus actos como tendiendo hacia la teoría de una autoridad parlamentaria limitada. Todas estas aboliciones de restricciones sobre creencias relig!osas y observancias, comercio, libertad de viajar los artesanos, publicación de opiniones teológicas o políticas, etcétera, etcétera, fueron tácitas afirmaciones de un deseo de limitación. Del mismo modo que el abandono de las leyes suntuarias, o de las que prohibían determinadas clases de diversiones, o de las que dictaban modos de cultivo y muchas otras de semejante naturaleza fue una implícita admisión de que el Estado no debía inmiscuirse en tales asuntos; de igual modo, aquellas eliminaciones de obstáculos para las actividades individuales de una u otra clase, que efectuó el liberalismo de la última generación, fueron prácticas confesiones de que también en estas direcciones debía estrecharse la esfera de acción gubernamental. Y este reconocimiento de la necesidad de restringir la acción del gobierno era una preparación para limitarlo teóricamente. Una de las más familiares verdades políticas es que en el curso de la evolución social, la costumbre precede a la ley, y que cuando la costumbre ha sido bien establecida llega a ser ley al recibir sanción oficial y forma definida. Manifiestamente, entonces, el liberalismo en el pasado, mediante su práctica de limitación, estaba preparando el camino para establecer el principio de limitación.

Pero volviendo de estas consideraciones generales a nuestra cuestión especial, acentúo la respuesta de que la libertad de que un cIudadano goza se ha de medir, no por la naturaleza del mecanismo gubernamental bajo el que vive, sea o no representativo, sino por la relativa escasez de restricciones que se le impongan; y si él ha participado o no en la creación de este mecanismo, sus acciones no serán propiamente liberales si aumentan las restricciones más de lo que es necesario para evitar una agresión directa o indirecta de sus compañeros, necesidad que existe para evitar arbitrariedades. Las limitaciones establecidas, por lo tanto, deben ser negativamente coercitivas, no positivamente coercitivas.

No obstante; probablemente protestará el liberal, y aún más su subespecie, el radical, quien más que ningún otro en estos últimos días parece bajo la impresión de que mientras tenga un fin bueno en perspectiva está autorizado a ejercer sobre los hombres toda la coacción de que es capaz. Sabiendo que su objetivo es un bien público de alguna clase, que debe conseguirse de algún modo, y creyendo que el conservador, contrariamente, se mueve por interés de clase y por el deseo de retener el poder, considerará como evidentemente absurdo que se les agrupe como pertenecientes al mismo género y despreciará el razonamiento que se lo pretenda demostrar.

Quizá una analogía le enseñará a comprender su validez. Si, en el Lejano Oriente, donde el gobierno personal es la única forma de gobierno conocida, oye a los habitantes el relato de una lucha mediante la que depusieron a un déspota vicioso y cruel y lo reemplazaron por otro cuyos actos demostraron su afán por el bienestar común; si después de oírlos les dijera que no habían cambiado esencialmente la naturaleza de su gobierno, los asombraría grandemente, y con toda probabilidad tendría dificultad en hacerles comprender que la sustitución de un déspota benévolo por otro malévolo, no altera la forma despótica del gobierno. Ocurre igual con la doctrina conservadora rectamente concebida. Representando la doctrina conservadora la coacción del Estado contra la libertad del individuo, su esencia no varía sean sus móviles interesados o desinteresados. Tan ciertamente como un déspota es siempre un déspota, sean sus motivos para gobernar arbitrariamente buenos o malos, de igual forma es el conservador siempre un conservador, tenga motivos egoístas o altruístas al usar el poder del Estado para restringir la libertad del ciudadano más de lo que se requiere para mantener las libertades de los demás. El conservador egoísta y el altruísta pertenecen al mismo género conservador; aunque forma una nueva especie del género el primero. Ambos están en marcado contraste con el liberal, tal como se le definía en los días en que los liberales merecían ese nombre, cuando la definición era: una persona que aboga por una mayor libertad, sobre todo en cuestiones políticas.

Así, pues, está justificada la paradoja con que comencé. Como hemos visto, el partido conservador y el liberal surgen originariamente el uno del militarismo y el otro del industrialismo. El uno representa el régimen de Estado, el otro el de contrato; el uno se caracteriza por el sistema obligatorio de cooperación que acompaña a la desigualdad legal de clases, y el otro por la cooperación voluntaria que acompaña a su igualdad legal; e indisputablemente los primeros actos de los dos partidos se dirigen respectivamente al mantenimiento de Ias instituciones que aseguran la cooperación obligatoria, y a debilitarla o suprimirla. De todo lo enunciado se desprende que el fomento del sistema coercitivo por el hoy llamado liberalismo no constituye sino una nueva forma de conservadurismo.

La verdad de estas afirmaciones la veremos todavía con más claridad en las páginas siguientes.


Nota: Varias publicaciones que comentaron este ensayo cuando se publicó por vez primera, lo interpretaron en el sentido de que los liberales y los conservadores se habían reemplazado mutuamente. Sin cmbargo, esto no es cierto en modo alguno. Puede surgir una nueva especie de conservador sin que esto signifique la desaparición de la especie original. Cuando digo que en nuestros días conservadores y liberales multiplican sus ingerencias, expreso claramente la creencia de que mientras los liberales han adoptado una legislación coercitiva, los conservadores no la han abandonado. No obstante, es cierto que las leyes promulgadas por los liberales son tan restrictivas y obligatorias para los ciudadanos, que entre los conservadores, que sufren sus consecuencias, crece una tendencia a resistirlas. Prueba de ello es el hecho de que la Liga para la defensa de la propiedad y de la libertad compuesta en su mayor parte de conservadores, ha adoptado como lema: Individualismo contra Socialismo. De manera que si los hechos siguen el rumbo actual, puede suceder muy pronto que los conservadores se conviertan en defensores de las libertades que los liberales están hollando en seguimiento de lo que ellos imaginan que constituye el bienestar público.

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