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Proclama del virrey Don José de Iturrigaray

Habitantes de México:

La Junta General celebrada el 9 del corriente, ha acordado se satisfaga vuestra expectación, enterandoos de su resultado, como va a hacerse y era justo, porque los leales sentimientos que habéis mostrado por el Rey y por la Metrópoli, han sido muy generosos y enérgicos.

Penetrado de los mismos, aquél respetable Congreso que presidí, por un transporte el más vivo y notable, rompió en aclamaciones del joven monarca de las Españas, el señor Don Fernando VII. Las elevó, sí, al augusto rito de jurarle, prestando obediencia a S.M., que aclamó Rey de España y de las Indias. Juró no reconocer otro soberano, y en su caso a sus legítimos sucesores de la estirpe real de Borbón. Por el mismo sagrado vínculo se obligó a no prestar obediencia a ninguna de las órdenes de la nación opresora de su libertad, por cualesquiera medios y artes que se dirijan: resistir las fuerzas con que se intenten, y los tratados y coaliciones que concierte, hasta satisfacer vuestro deseo.

Habitantes de estos dominios:

Será cierta vuestra seguridad; descansad en el seno de la patria. Debo velar por ella. El precioso depósito de su defensa, que la mano misma del monarca confió a las mías, será desempeñado con todos mis esfuerzos. Aunque no me es desconocido el horroroso estruendo del cañón en la campaña, clamaré constantemente al Dios de los ejércitos arme mi corazón del valor que sólo deriva de su poder, para defensa de sus aras, de la justicia y de la inocencia. El taller de Marte no tiene armas más poderosas.

Están aceptados vuestros ofrecimientos, y en la Junta General todos se han obligado a realizarlos. Es ya esta una obligación social y sagrada, de que sólo se usará en la necesidad.

Entre tanto, la seguridad del reino está asegurada; las autoridades constituidas son legítimas, y subsisten sin variación en el uso y ejercicio que les conceden las leyes patrias, sus respectivos despachos y títulos.

De lo exterior del reino os he asegurado que la fuerza será resistida con la fuerza, y obrará entonces vuestro valor, ordenando el ímpetu noble que le anima, porque en las operaciones sin organización no preside la virtud.

La ciudad capital de estos reinos, en las primeras noticias de las desgracias de España, y cuando el riesgo se presentaba mayor, ocurrió a mí, pidiéndome por gracia dispusiese el sacrificio de cuanto le pertenecía, para la conservación y defensa de estos dominios a su soberano.

Es constante ya por los papeles públicos, cuáles han sido los sentimientos y obligaciones de las municipalidades, cuerpos, prelados, estado noble, común y llano, y os creo convencidos de que iguales sentimientos animan a los demás.

Concentrados en nosotros mismos, nada tenemos que esperar de otra potestad que de la legítima de nuestro católico monarca el señor Don Fernando VII, y cualesquiera Juntas que en clase de Supremas se establezcan para aquellos y estos reinos, no serán obedecidas si no fuesen inauguradas, creadas o formadas por S.M., o lugares tenientes legítimos auténticamente, y a las que así lo estén, prestaremos la obediencia que se debe a las órdenes de nuestro Rey y señor natural, en el modo y forma que establecen las leyes, reales órdenes y cédulas de la materia.

La serie futura de los sucesos que presenten los heroicos esfuerzos de la nación española, la suerte de ellos, o los intentos y maquinaciones del enemigo, exigirán sin duda otras tantas providencias y deliberaciones que se meditarán y ejecutarán con la mayor circunspección y dignidad, tocando a la mía vice regia.

Instruiros por ahora, de las presentes, pues amo a un pueblo tan fiel y leal, a quien siempre he juzgado digno y acreedor, como lo ha visto, de comunicarle todas las noticias que por su calidad no merezcan reserva.

Dado en el Real Palacio de México, a 12 de agosto de 1808.

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