Albert Einstein


La responsabilidad personal

Primera edición cibernética, abril del 2005

Selección, captura y diseño, Chantal López y Omar Cortes


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Indice

Presentación por Chantal López y Omar Cortés.

La convención sobre desarme.

El Estado y la conciencia individual.

La libertad.

Los derechos humanos.

La abolición de la amenaza de guerra.

¿Por qué el socialismo?











Presentación

La selección de ensayos del notabilísimo físico germano Albert Einstein que aquí publicamos bajo el título de La responsabilidad personal, reflejan su sentir entre los años de 1931 y 1953.

Habiendo enfrentado el desbarajuste mundial en la tercera y cuarta década del siglo XX, Einstein hubo de asumir una posición ante la locura manifiesta en esas dos tétricas décadas en las que el autoritarismo totalitario, en sus diversas vertientes, se irguió triunfante y desafiante buscando pulverizar todo anhelo de libertad.

Tanto las barbaries fascista y nazi como la aberración stalinista y la mentira de la democracia capitalista, alzábanse, una vez finiquitada la guerra en España, y con ella la esperanza libertaria, como las únicas alternativas posibles.

Testigo presencial de la demencia del racismo nacional socialista y del belicismo en que esa corriente basaba su progreso, Einsten hubo de movilizarse entre los grupos pacifistas del mundo buscando una alternativa sólida y viable a las valentonadas militaristas de los hitlers y los mussolinis, sin embargo, sus esfuerzos resultaron estériles, siendo incapaces de detener la pesadilla que para la humanidad fue la Segunda Guerra Mundial.

Plenamente convencido de que cualquier tipo de lucha ha de comenzar con una profunda reflexión individual sobre lo que se desea y cómo se desea lograrlo, Einstein pone en primer plano la responsabilidad que el individuo ha de asumir frente a sus propios actos y deseos. Eso es para él lo importante, lo trascendente, lo básico. Todo sistema social que se precie de solidez, debe cimentarse en la responsabilidad de los individuos que lo conforman, puesto que de nada sirve el más perfecto conjunto de normas si los integrantes de la sociedad no lo asumen de manera responsable y personal, produciéndose entonces conjuntos normativos ilusorios, meros maquillajes cuya inutilidad es más que manifiesta.

Así, al colocar la responsabilidad personal como una importante fuente del derecho, Einstein da una particular dimensión a esta disciplina. El individuo, bajo este argumento, crea y recrea la norma jurídica. Por supuesto que esta tesis resulta sumamente discutible, y es en esto, en la discusión capaz de generar diversas opiniones, que vemos nosotros la importancia de los seis ensayos que aquí se compilan.

Einstein termina inclinándose totalmente por la implantación de un sistema socialista cuyo fundamento sea, precisamente, la responsabilidad de los integrantes de la sociedad, basamento que en su opinión garantizaría las necesarias libertades tanto individuales como sociales.

Esperamos que con la lectura de esta corta compilación se generen la reflexión, la constructiva crítica y el debate.

Chantal López y Omar Cortés


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La convención sobre desarme

Berlín, 4 de septiembre de 1931

Todos los logros que ha alcanzado el genio inventivo de la humanidad a lo largo de los últimos cien años nos habrían permitido vivir en un estado de despreocupada felicidad si la capacidad organizativa del hombre hubiera corrido paralela a los avances técnicos. Dado el estado de las cosas, los cuestionables logros obtenidos por nuestra generación en la era de las máquinas son tan peligrosos como una cuchilla de afeitar en manos de un niño de tres años. La posesión de unos medios de producción extraordinarios no ha aportado libertad, sino preocupaciones y hambrunas. Lo peor de todo es el desarrollo técnico que posibilita los medios para la destrucción de la vida humana, y los productos de laboratorio creados con tanto esfuerzo. Los que contamos con más años ya pasamos por aquello, muertos de miedo, en la Guerra Mundial. Pero la inútil servidumbre a la que la guerra ha arrastrado a las personas se me antoja aún peor. ¿No es terrible que la comunidad nos obligue a efectuar acciones que cualquier persona consideraría los delitos más terribles? Muy pocos tienen suficiente altura moral para resistirse; a mis ojos, son los verdaderos héroes de la Guerra Mundial.

Pero queda un rayo de esperanza. Tengo la impresión de que los dirigentes más responsables de los distintos países, en general, tienen la sincera intención de acabar con la guerra. La oposición a este avance, cuya necesidad es incuestionable, se encuentra en las desafortunadas tradiciones que se transmiten de generación en generación, como una enfermedad hereditaria, a causa de nuestro defectuoso aparato educativo.

Ni que decir tiene que esta tradición se sustenta principalmente en la formación militar y en las grandes industrias. No puede haber una paz duradera sin desarme; por el contrario, la prolongación del armamento militar, como se entiende actualmente, conducirá sin lugar a dudas a nuevas catástrofes.

De ahí que la convención sobre el desarme que se celebrará en Ginebra en 1932 vaya a ser decisiva para la generación actual y la venidera. Si pensamos en los lamentables resultados obtenidos en las convenciones internacionales celebradas hasta el momento, salta a la luz que todos los seres humanos conscientes y responsables deben ejercer una y otra vez todas sus facultades con el fin de informar a la opinión pública sobre la importancia de la convención de 1932. Los hombres de estado sólo pueden alcanzar su importante meta si logran inculcar la voluntad de alcanzar la paz en una gran mayoría de la población de sus países. Todos los seres humanos, con todas sus acciones y todas sus palabras, comparten la responsabilidad de consolidar esta opinión pública a favor del desarme.

La convención estaría abocada al fracaso si los delegados llegaran a Ginebra con instrucciones e intenciones prefijadas, cuya obtención se convirtiera de repente un asunto de prestigio nacional. Esto es lo que parece primar siempre que se reúnen los dirigentes de dos Estados; últimamente hemos presenciado varios ejemplos, ya que siempre que se reúnen dos estadistas, el debate sobre el desarme se utiliza para allanar el terreno de la convención. Este procedimiento me parece muy afortunado, ya que, por lo general, dos personas, o dos grupos, se suelen comportar de la forma más sensata, honrada y desapasionada si no hablan para un tercero al que consideren que deben tener en cuenta o contentar en sus parlamentos. No podemos esperar sino que esta importantísima convención tome un derrotero favorable, siempre que se haya preparado exhaustivamente con reuniones previas para eliminar la posibilidad de sorpresas, y siempre que se ejerza la buena voluntad para crear eficazmente una atmósfera de confianza mutua.

El éxito en asuntos de semejante magnitud no es cuestión de inteligencia, ni siquiera de habilidad, sino de comportamiento honrado y confianza recíproca. A este respecto, no se puede sustituir la moral por el intelecto; me atrevería a decir que menos mal.

La tarea de las personas que vivimos en estos tiempos cruciales no consiste únicamente en esperar a los resultados y criticarlos; debemos aportar a esta gran causa todo lo que podamos. Porque el destino de la humanidad será el que, verdaderamente, nos hayamos ganado y merecido.


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El Estado y la conciencia individual

El problema según el cual ha de actuar el hombre si su gobierno prescribe conductas rígidas o la sociedad espera un comportamiento que su propia conciencia considera erróneo, es, por cierto, muy antiguo. Resulta fácil decir que no puede considerarse responsable al individuo por actos ejecutados mediante una presión insoportable, porque el individuo depende por completo de la sociedad en que vive y ha de aceptar sus normas ciertamente. Mas la misma formulación de esta idea permite ver hasta qué punto tal concepción contradice nuestro sentido de la justicia.

La presión externa logra, en alguna medida, reducir la responsabilidad del individuo, pero nunca eliminarla. En los juicios de Nüremberg se aceptó este principio. Todo lo que tiene importancia moral en nuestras instituciones, leyes y costumbres, puede deducirse de la interpretación del sentido de la justicia por parte de innumerables individuos. Las instituciones son impotentes, en el aspecto ético, a menos que las apoye el sentido de la responsabilidad de los individuos actuantes. Todo esfuerzo por elevar y fortalecer este sentido de la responsabiliad es un elevado servicio a la humanidad.

En nuestro tiempo, los científicos y los ingenieros asumen una responsabilidad moral muy grande porque la creación y perfeccionamiento de instrumentos militares de destrucción generalizada cae dentro de su campo concreto de actividad. Pienso, entonces, que la creación de la Society for Social Responsabiliti in Science (Sociedad para la responsabilidad social en la ciencia) satisface una verdadera exigencia. Esta asociación a través de la discursión de los problemas de su competencia permitirá al individuo aclarar mejor sus ideas y llegar a una postura definida en cuanto a su propia situación; además, la ayuda mutua es esencial para quienes afrontan dificultades por obrar según su conciencia.


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La Libertad

Sé que es tarea dificil discutir sobre juicios fundamentales de valor. Si, por ejemplo, alguien aprueba, como fin, la erradicación del género humano de la Tierra, es imposible refutar ese punto de vista desde bases racionales. Si, en cambio, hay acuerdo sobre determinados objetivos y valores se puede argüir con razón en cuanto a los medios por los cuales pueden alcanzarse estos propósitos. Señalemos, entonces, dos objetivos sobre los cuales tal vez estén de acuerdo quienes lean estas líneas.

1.- Los bienes esenciales destinados a sustentar la vida y la salud de todos los seres humanos, deberían producirse con el mínimo esfuerzo posible.

2.- La satisfacción de las necesidades físicas es por supuesto la condición previa indispensable para una existencia decorosa, si bien no es suficiente por sí sola. Para que los hombres se muestren satisfechos deben tener también la posibilidad de desarrollar su capacidad intelectual y artística según sus características y condiciones especiales.

El primero de estos fines exige la difusión de todos los conocimientos relacionados con las leyes de la naturaleza y de los procesos sociales, esto es, el impulso de todas las investigaciones científicas. La tarea científica resulta; por cierto, un conjunto natural, cuyas partes se apoyan mutuamente, de tal manera que nadie puede prever, en efecto. No obstante, el progreso de la ciencia exige que sea posible la difusión sin restricciones de opiniones y consecuencias: libertad de expresión y de enseñanza en todos los ámbitos de la actividad intelectual.

Por libertad debo suponer condiciones sociales de tal índole que el individuo que exponga su modo de ver y las afirmaciones respecto a cuestiones científicas, de tipo general y particular, no enfrente por ello graves riesgos. Esta libertad de expresión es indispensable para el desarrollo y crecimiento de los conocimientos científicos, un detalle de decisiva importancia práctica.

En primer término, debe garantizarla la ley. Mas las leyes solas no logran asegurar la libertad de expresión; a fin de que el hombre pueda exponer sus opiniones sin riesgos serios debe existir el espíritu de tolerancia en toda sociedad. Un ideal de libertad externa como éste jamás se logrará plenamente, aunque debe persistirse en él con empeño si queremos que el pensamiento científico avance sin tregua, lo mismo que el pensamiento filosófico y creador en general.

Para lograr el segundo objetivo, o sea que resulte posible el desarrollo espiritual de todos los individuos, es necesario un segundo género de libertad exterior. El individuo no ha de verse obligado a trabajar tanto para cubrir sus necesidades vitales que no le quede tiempo ni fuerzas para sus actividades personales. Sin este segundo tipo de libertad externa, no servirá de nada la libertad de expresión.

El progreso tecnológico tornaría posible esta forma de libertad si se alcanzase una división racional del trabajo.

La evolución de la ciencia y de las actividades creadoras del espíritu en general, reclama otro modo de libertad que puede calificarse de libertad interior. Esa libertad de espíritu consiste en pensar con independencia sobre las limitaciones y los prejuicios autoritarios y sociales así como frente a la rutina antifilosófica y el hábito embrutecedor del ambiente. Esta libertad interior es un raro privilegio de la naturaleza y un propósito digno para el individuo. Empero, la comunidad puede realizar también mucha labor de estímulo en este sentido, por lo menos al no poner trabas a la labor intelectual.

Las escuelas y los sistemas de enseñanza obstaculizan a veces el desarrollo de la libertad interior con influencias autoritarias o cuando imponen a los jóvenes cargas espirituales excesivas; las instituciones de enseñanza pueden, por otra parte, favorecer esta libertad si fomentan el pensamiento independiente. Únicamente si se prosigue con constancia y conciencia la libertad interior y la libertad externa, es posible el progreso espiritual y el conocimiento y así mejorar la vida general del hombre en todos sus aspectos.


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Los derechos humanos

Se han reunido ustedes hoy para dedicar su preocupación al problema de los derechos humanos; y han resuelto ofrecerme un premio por tal motivo.

Cuando me enteré del hecho, me deprimió un poco tal decisión. ¿En qué desdichada situación, pensé, se encuentra una comunidad para no encontrar un candidato más adecuado a quien conceder esta distinción?

Durante una larga vida he dedicado todos mis esfuerzos a fin de lograr una concepción algo más profunda de la estructura de la realidad física. Nunca he realizado trabajo sistemático alguno para mejorar la suerte de los hombres, para combatir la injusticia y la represión y mejorar las formas tradicionales de las relaciones humanas.

Sólo lo hice con largos intervalos; expresé mi opinión sobre cuestiones públicas siempre que me parecieron desgraciadas y negativas, es decir cuando el silencio me habría obligado a sentirme culpable de complicidad.

La existencia y la validez de los derechos humanos no están escritos en las estrellas. Los ideales sobre la conducta mutua de los seres humanos y la organización más acorde de la comunidad, los concibieron y enseñaron individuos ilustres a lo largo de toda la historia. Estos ideales y creencias derivados de la experiencia histórica, el anhelo de belleza y armonía fueron aceptados muy pronto por el hombre ... y pisoteados siempre por la misma gente impulsada por la presión de sus instintos animales.

Una gran parte de la historia exhibe la lucha en favor de esos derechos humanos, una lucha eterna en que la que no se producirá nunca una victoria decisiva. Sin embargo, desfallecer en esta tarea significaría el hundimiento de la sociedad.

Al hablar ahora de los derechos humanos nos referimos en especial a los siguientes derechos esenciales: protección del individuo contra la usurpación arbitraria de sus derechos por parte de otros, o por el gobierno; derecho a trabajar y a percibir ingresos justos por su labor; libertad de enseñanza y de discusión; participación adecuada del individuo en la formación de su gobierno. Estos derechos humanos se reconocen hoy de manera teórica; sin embargo, mediante el uso frecuente de maniobras legales y formalismos resultan violados en medida mayor todavía que hace una generación. Existe, además, otro derecho humano que pocas veces se menciona, aunque está destinado a ser muy importante: es el derecho, o el deber, que posee el ciudadano de no cooperar en actividades que considere erróneas o dañinas.

En este sentido tiene que ocupar un lugar excepcional la negativa a prestar el servicio militar.

He conocido personas de gran fortaleza moral e integridad que por ese motivo han entrado en conflicto con los órganos del Estado. El juicio de Nüremberg contra los criminales de guerra alemanes se basaba tácticamente en el reconocimiento de este principio: no pueden excusarse los actos criminales aun cuando se cometan por orden de un gobierno. La conciencia está por encima de la autoridad de la ley del Estado.

La lucha de nuestro tiempo se basa, sobre todo, en torno a la libertad de ideas políticas y a la libertad de discusión, así como a la libertad de investigación y de enseñanza. El temor al comunismo ha conducido a prácticas que son ya incomprensibles para el resto de la humanidad civilizada y que exponen a nuestro país al ridículo.

¿Hasta cuándo toleraremos que políticos, empujados por la sensualidad del poder, pretendan obtener ventajas electoralistas de modo tan poco digno? Hasta parece que la gente ha perdido su sentido del humor al extremo de que ese adagio francés el ridículo mata ya ha dejado de tener validez.


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La abolición de la amenaza de guerra

Mi participación en el proceso que culminó en la producción de la bomba atómica se redujo a una sola acción: firmé una carta dirigida al presidente Roosevelt en la que pedía que se realizaran experimentos en gran escala para explorar las posibilidades de producir una bomba atómica.

He sido siempre consciente del peligro tremendo que rerpresentaba para la humanidad un éxito en ese campo. Sin embargo, la posibilidad de que los alemanes estuvieran trabajando en el mismo problema, con fuertes perspectivas de resolverlo, me forzó a dar ese paso. No tenía otra alternativa, a pesar de que he sido siempre un pacifista convencido.

Según mi criterio, matar en gerra equivale a cometer un asesinato común.

En tanto que las naciones no se resuelvan a eliminar la guerra mediante una acción común y no intenten solucionar sus conflictos y proteger sus intereses con decisiones pacíficas que posean una base legal, se sentirán impulsadas a prepararse para la guerra. Se verán obligadas a prepararse con todos los medios posibles, aún los más detestables, para no quedar atrás en la carrera armamentística general.

Este camino conduce, en efecto, a la guerra, una guerra que en las actuales circunstancias significa la destrucción total.

En estas condiciones la lucha contra los medios no tiene posibilidad de alcanzar el éxito. Sólo la eliminación radical de la guerra y de la amenaza de guerra puede servir para algo. Este debe ser nuestro objetivo. Cada persona debe estar resuelta a no permitir que los hechos la fuercen a ejecutar acciones que vayan en contra de este fin. Se trata de una exigencia severa para quien tenga conciencia de su situación de dependencia ante la sociedad. Mas no representa un imposible.

Gandhi, el mayor genio político de nuestro tiempo, nos ha indicado el camino, y nos ha demostrado que el pueblo el capaz de grandes sacrificios una vez entrevista la vía correcta.

El trabajo que este hombre ha realizado por la liberación de la India es un testimonio viviente de que la voluntad gobernada por una firme convicción es más fuerte que el poder material, que aparenta ser invencible.


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¿Por qué el socialismo?

¿Debe quien no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que sí.

Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no haya diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana -como es bien sabido- ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes Estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.

Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó la fase depredadora del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.

En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por sí mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos -y si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos- son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.

Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad.

Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: ¿Por qué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?

Estoy seguro de que hace tan solo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?

Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.

El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de estos diferentes y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto sociedad significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la sociedad la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra sociedad.

Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido -exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral han hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.

El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.

Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos -que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos- en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es solo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.

Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.

La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo -no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción -es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional- puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.

En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré trabajadores a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción -aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es libre, lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directa o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.

La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de contrato de trabajo libre para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo puro. La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un ejército de parados. El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas.

La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a esa amputación de la conciencia social de los individuos que mencioné antes.

Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo.

Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.

Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males: el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.

Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?


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